miércoles, mayo 10, 2006


Si el destino no existe, las coincidencias y consecuencias son un fiel reflejo de nuestra naturaleza malvada. Menos mal que, por fin, creo en tí.



¿De verdad todo aquello ha muerto? Yo pensaba que de las guerras quedaban los libros escritos por los que vencen, el dolor y el recuerdo de un mundo que fue mejor. El que acaba tullido busca una prótesis de madera. El que acaba huérfano buscará a sus padres aun teniendo sus cadáveres delante, inundando sus manos con su inerte sangre. Despues de una guerra se tiende a encontrar un mundo mejor, pero sin renegar de aquella civilización que paradójicamente llegó a esa destrucción. ¿Porque? Porque entre morteros, muerte y odio, hubo un amor herido, una felicidad turbada y una sonrisa llorosa. Y no es justo hacer que esos pequeños detalles solo fueran el premabulo de vomitivas escenas dantescas.


Nadie me va a convencer de que todo pasó por nada, que ahora hay que dibujar un futuro sin pasado. Todo este sufrimiento vale la pena ser invertido en la paciencia de los Santos en los que no creo pero que sirven de místico ejemplo. La vida, encarnada en destino, intenta volverme ciego y teñir el futuro de olvido. No. Voy a ser más fuerte aunque haga que por donde camine deje un rastro de entrañas cancerosas y amorfas. Voy a esperar a que toda esa barbarie de la que no me exculpo me mire de frente y me de la segunda oportunidad que me brinde ese destino cruel pero justo.




La diferencia entre el autoengaño y la Fe es muy pequeña, pero prefiero estar en mi bando.


Te quiero