miércoles, julio 06, 2005

Hola estimados lectores.

Siento en mi corazón la necesidad de expresar mi pesar.
No espero respuesta, no espero un cambio, no espero excluirme de lo que se está gestando.

El ser humano está más atormentado de lo que tiende él mismo a aparentar. Nuestro deseo eterno de conseguir más estimulos, más felicidad, más poder, más realizaciones personales, nos crea un estigma, innato, que no és más que un compañero de viaje en nuestra vida. La felicidad es tan deseada porque és un misterio, una quimera que nos sumerje en una duda ilimitada.

La imperfección del hombre nos ciega cuando la felicidad está siempre con nosotros. La idea de que la felicidad és una meta, un hecho abstracto que hemos de conseguir, es el hijo de un demonio que nos hace huir de la auténtica alegria. Vivimos en una vida a la cual le otorgamos como objetivo un impostor que se mofa de nuestras almas.

La felicidad no es algo como una casa, la cual se consigue trabajando, llevando una vida regular y constante, ahorrando. No se consigue cuando cumplimos ciertos requisitos. No se adquiere el día que la merezcamos. Ojala la justicia tuviera ese poder.

Somos piezas de un engranaje. Somos células de un organismo. Somos una gran familia. Somos todos juntos un ente que piensa (sociología), actúa (historia), se reproduce y muere(demografía), un gran ser vivo que, como tods las cosas, comete sus errores, que tiene sus lacras. Somos agentes del gran ejemplo de nuestro ser. Y nos reflejamos en ese gran espejo. Por esa razón tendemos, en honor a nuestras "características", a caer en nuestras maldiciones. Y una de ellas es esa misma idea errónea de que la felicidad es una piedra angular de nuestra vida.

Nacemos malditos, pero nacemos bendecidos.

En nuestras almas se hayan miles de contrarios. El ying y el yang es un sello que abarca desde la mas insignificante piedra hasta todo el universo. El amor y el odio, la alegria por el projimo y los celos, la risa y el llanto, la motivación y el desgano, la razón y el impulso, la felicidad y la tristeza. Todos estos extremos y más son los limites en los cuales nuestras almas y corazones se mueven. Forman la habitación de nuestra vida. Abarcar más forma parte de la imaginación, que sin dejar de ser vida, es nuestra vía de escape, nuestro patio de recreo.

El dolor pesa mucho más en nuestro interior. El daño nos hunde, nos sumerge cada vez unos centimetros. Pensamos que llegar a la felicidad es imposible porque el dolor nos hace pensar que no nos la merecemos.

Vivimos en un microcosmos delimitado en nuestras vidas. Vivimos en la tierra, pero realmente vivimos en nuestra vida.

El secreto está en configurar dentro de nuestro auténtico mundo nuestras piezas para llegar a la harmonía resultante. Viviendo con tranquilidad, tomando cada segundo con nuestras cosas buenas como un segundo, valorando lo que tenemos, con respeto, pensando en nosotros mismos.

Vivir bien con nosotros, bien entre nosotros, nos traerá la felicidad.

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